22-09-2025
“Desecha las fábulas profanas y de viejas. Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera”.
1 Timoteo 4:7-8
1 Timoteo 4:7-8
El apóstol Pablo compara la vida cristiana con un entrenamiento. Así como el atleta no alcanza la victoria de un día para otro, el creyente tampoco crece sin esfuerzo diario. La disciplina espiritual es un ejercicio que demanda constancia y decisión. No se trata de rituales vacíos, sino de cultivar una relación real con Dios, como Jesús lo hizo al levantarse temprano para orar (Marcos 1:35).
Cada día que dedicamos tiempo a la Palabra y a la oración estamos invirtiendo en nuestra vida eterna. Jesús dijo en Mateo 4:4: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Tal como el pan sostiene el cuerpo, la Palabra de Dios fortalece nuestro espíritu.
La disciplina espiritual no es una carga, sino un privilegio. Es en la práctica constante donde experimentamos la transformación. Romanos 12:2 nos exhorta: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
La piedad requiere disciplina, pero también produce gozo. Al ejercitarnos en ella, cultivamos una vida firme en Cristo, capaz de enfrentar las pruebas con fe y esperanza. Cada día es una oportunidad para crecer en la semejanza de nuestro Señor.