07-10-2025
“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.”
Colosenses 2:13-14
Colosenses 2:13-14
La cruz es el altar del perdón. En ella, Jesús llevó nuestras culpas y canceló toda deuda espiritual. Cada pecado, cada error y cada condena fue clavado con Él. En lugar de juicio, recibimos misericordia. Isaías 53:5 declara: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.”
El perdón que fluye de la cruz no es parcial, sino completo. No depende de nuestras obras, sino del sacrificio perfecto de Cristo. 1 Juan 1:7 afirma: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” Esa limpieza no es temporal, es una restauración total del alma que nos permite acercarnos confiadamente al Padre.
A veces cargamos culpas del pasado, olvidando que en la cruz ya fueron resueltas. Jesús no solo nos perdonó, sino que nos liberó de la vergüenza. Efesios 1:7 nos recuerda: “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia.” Vivir bajo ese perdón nos da libertad para caminar en una nueva identidad.
El poder de la cruz se manifiesta en el perdón que restaura y libera. Ya no somos esclavos del pasado, sino hijos redimidos. En Cristo, cada culpa fue borrada y cada herida puede sanar bajo la gracia del Calvario.