08-11-2025
“Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro.”
1 Pedro 1:22
1 Pedro 1:22
La verdadera comunidad cristiana se sostiene sobre el amor fraternal. No un amor superficial o condicionado, sino un amor genuino que nace del Espíritu de Dios. Jesús lo estableció como un mandamiento central: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34). El amor de Cristo no busca lo suyo, sino el bien del otro, y cuando ese amor fluye en la iglesia, la presencia de Dios se hace tangible.
Este amor no es una emoción pasajera, sino una decisión constante de reflejar a Cristo en nuestras relaciones. 1 Juan 4:20 nos confronta: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso; pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” Amar al hermano es amar a Cristo mismo, pues Su Espíritu habita en cada creyente.
Además, el amor fraternal sana heridas y une corazones. Colosenses 3:14 dice: “Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.” Cuando el amor reina, la discordia desaparece y la unidad del Espíritu se fortalece. La comunidad que se ama mutuamente refleja la gloria de Dios y se convierte en un testimonio poderoso ante el mundo.
El amor fraternal no solo nos une, sino que nos identifica como verdaderos discípulos de Cristo. Cuando decidimos amar con sinceridad, la iglesia se convierte en un hogar donde todos pueden experimentar el abrazo del Padre. Que el amor sea el sello distintivo de nuestra vida en comunidad.


