06-11-2025
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.”
Filipenses 2:3-4
Filipenses 2:3-4
La humildad es la base sobre la cual se construye la unidad. Cuando dejamos de pensar en nosotros mismos y comenzamos a considerar las necesidades de los demás, el carácter de Cristo se hace evidente. Jesús mismo nos dio ejemplo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29). En una comunidad cristiana, la humildad destruye el orgullo que causa división y abre el camino al amor genuino.
El apóstol Pablo nos anima a tener la misma mente que hubo en Cristo Jesús, quien “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:7). En este acto, Cristo nos muestra que la verdadera grandeza no está en ser servido, sino en servir. Cuando adoptamos esta actitud, nuestras relaciones se transforman y la iglesia florece en armonía.
Santiago 4:6 añade una verdad poderosa: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” Una comunidad que vive en humildad experimenta la gracia de Dios de manera constante. La humildad nos enseña a perdonar, a pedir perdón y a valorar a los demás más que a nosotros mismos. Así preservamos la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Efesios 4:3).
La humildad no debilita al creyente; lo fortalece y lo hace más semejante a Cristo. Cuando la humildad gobierna nuestras relaciones, la unidad se preserva y la gloria de Dios se refleja en medio de la iglesia. Ser humildes es reconocer que sin Cristo nada somos, y que todo lo que hacemos es para Su gloria.


