16-10-2025
“Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.”
Efesios 6:16
Efesios 6:16
El escudo en la armadura romana era grande, capaz de cubrir todo el cuerpo del soldado y protegerlo de los ataques enemigos. En la vida espiritual, la fe cumple esa misma función. La fe es nuestra confianza absoluta en Dios, aun cuando no vemos el resultado o no comprendemos el proceso. Hebreos 11:1 dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” Sin fe, el creyente se vuelve vulnerable a las dudas y temores que el enemigo lanza como flechas encendidas.
El enemigo busca debilitar nuestra fe mediante mentiras, circunstancias adversas y pensamientos de derrota. Pero la Palabra nos enseña que “esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4). Cuando levantamos el escudo de la fe, no confiamos en nuestras fuerzas, sino en las promesas infalibles de Dios. Por eso, debemos fortalecer nuestra fe escuchando y meditando la Palabra, pues “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17).
Además, la fe no solo nos protege, sino que también nos impulsa a avanzar. No se trata de una fe pasiva, sino activa, que nos lleva a obedecer. Así como Abraham salió sin saber a dónde iba, confiando en la promesa (Hebreos 11:8), nosotros también caminamos confiados en que Dios cumplirá su palabra.
El escudo de la fe apaga los ataques del enemigo y nos permite mantenernos firmes en medio de la incertidumbre. Cuando nuestra fe está puesta en Cristo, ninguna adversidad puede destruirnos, porque estamos cubiertos por su poder.


