11-10-2025
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús… se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”
Filipenses 2:5–8
Filipenses 2:5–8
La cruz nos enseña el verdadero significado de la humildad. Jesús, siendo Dios, se rebajó voluntariamente para servir y salvar. Su obediencia fue completa, sin buscar reconocimiento, solo la gloria del Padre. Mateo 11:29 nos invita: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.” La cruz no solo nos redime, también nos moldea el carácter.
Ser discípulos de Cristo implica tomar nuestra cruz cada día. Lucas 9:23 dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” Esto significa rendir nuestra voluntad a la de Dios, incluso cuando cueste. La humildad no es debilidad, es fuerza controlada por amor.
Cuando caminamos en humildad, el poder de Dios se manifiesta. Santiago 4:6 afirma: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” El mismo camino que llevó a Jesús al Calvario nos enseña a depender del Padre, a servir sin esperar nada a cambio y a confiar que la exaltación viene solo de Él.
La cruz nos llama a vivir en humildad y obediencia. En un mundo que exalta el orgullo, sigamos el ejemplo de Cristo, quien se humilló por amor. En la cruz aprendemos que el verdadero poder se encuentra en servir y rendirse al propósito divino.