09-10-2025
“Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados.”
2 Corintios 5:18–19
2 Corintios 5:18–19
Antes de la cruz, el pecado nos separaba de Dios. La humanidad vivía distante del Creador, incapaz de acercarse a Él. Pero Jesús, el mediador perfecto, tendió un puente entre el cielo y la tierra. Efesios 2:13 declara: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.” La cruz derribó el muro de separación y abrió el camino para una relación viva con el Padre.
La reconciliación no fue un acto humano, sino una iniciativa divina. Dios no esperó que nosotros lo buscáramos; Él vino a nuestro encuentro por amor. Colosenses 1:20 dice: “Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas… haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” En esa paz encontramos descanso, aceptación y comunión. Cristo restauró lo que el pecado había destruido.
Ahora somos embajadores de esa reconciliación. No solo fuimos perdonados, sino también enviados a compartir ese mensaje. 2 Corintios 5:20 declara: “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo… os rogamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios.” Quien vive bajo el poder de la cruz, extiende ese perdón y amor a otros.
La cruz nos reconcilió con el Padre y nos dio una nueva posición como hijos amados. Ya no somos enemigos, sino familia de Dios. Vivamos agradecidos, compartiendo ese mensaje de paz y restauración con el mundo.